Unidos por medio de mis dedos y entrelazados con la melodía de su voz...así estábamos él y yo. Era dulce y violento, extremoso como sus colores: blanco y negro.
Con cada pulsar atrevido mío, proveniente de una tímida pasión, agudizaba mis sentidos y me abría de par en par el corazón. Suplicaba más... y yo no podía resistirme.La sensación era exquisita: mezcla de abrumadora felicidad y sutil agonía; deseo fugaz y persistente petición.
Recitaba mil y un versos, declamaba enteras poesías, me platicaba cuentos de ardua filosofía entreteniéndome con atardeceres melodiados, deseos escondidos y esperanzas venideras. Me contaba del sol y las estrellas, de la muerte y la vida; de la música de mi infancia y juventud.
La oscuridad era discreta, pero mis manos al bailar me delataban sin remedio. El sublime canto inspirado en arrebatadora pasión, el canto apasionada inspirado en sublime sensación, altos y bajos, traían a mí recuerdos de lugares en los que nunca había estado. Comenzaba suave e incitador, terminaba con lágrimas cantadas.
Amante, me conquistaba con bemoles y sostenidos. Entre mi corazón y mente ya no se distinguía, era solamente el ritmo quien se imponía.
La bomba de tiempo súbitamente estalló. Abatida de excitación auditiva,de placenteras melodías, todo por fin descendió. Y aun entre notas, tras blancas y corcheas confesé que si el piano fuera hombre...¡me casaba con él!