octubre 30, 2007

Tu cabeza apoyada en mi hombro no es más que eso: una cabeza, que es tuya, apoyada en un hombro, que por azares genéticos y de destinos, viene a ser mío. Allí, reclinada, como si esa curva de mi cuerpo hubiese estado siempre reservada a tal función. Una cabeza y un hombro, todo hombro necesita su cabeza. El cabello te cae a chorros discretos por la sienes, mis ojos se pierden en cada una de las esquinas del cuarto. Dos cabezas que no piensan, que no son ni mejores ni peores que una sola. Y entra en juego una mano (una solamente) cuyos índice y medio son lo suficientemente ladinos para enredarse despacio entre los mechones bermejos.
Y música, siempre hay música. Cuando una cabeza se apoya en un hombro incluso el silencio es canción. Y es entonces cuando ninguno de los libros del estante necesita un sentido. Y los segundos se estiran hasta colisionar suavemente unos contra otros, como fichas de dominó que caen una sobre otra infinitamente. Finitamente. El anular y el meñique resbalan por tu cuello. Con los ojos cerrados, la ubicación de tus lunares sé de memoria. Dominó, esquinas del cuarto, mechones, pelo rufo, curva, segundos, canción. La dulzura de las tardes.

All you need is love

No. Era lo que menos necesitábamos, lo prescindible. Que de amor nos llenamos, repletas las arterias, las anginas y la piel. Que el amor nos escurría por los oídos, nos animaba los reflejos. Agitándonos la mente, zarandeándonos las articulaciones. Falto de todo lo demás, murió. Era lo que menos requeríamos porque era lo único que teníamos, pero no se puede amar por mucho tiempo así: adosando besos, apilando abrazos, miradas, pestañas, espaldas. Contar lunares de un momento a otro se vuelve aburrido. Queda entonces el amor como un fruto verde o como un niñito inmaduro. Como un enano. Como el síndrome de Peter Pan. Liliputiense, endeble. Como un Mozart muerto a los pocos meses de nacido.


No lo necesitábamos. Habría cambiado su breve y vehemente existencia por tu perpetua compañía.

octubre 28, 2007

Anatema del escritor. Minificción.

Soy una mala madre para mis historias. Gestantes, las detesto hasta que las traigo al mundo y una vez que ven la luz no dejo de criticarlas. No les permito ser ellas mismas.