noviembre 28, 2007
noviembre 26, 2007
Cholula Love
sólo una vieja iglesia amarilla
y agua que cae sobre las piedras.
En este lugar, el de la huída,
la última precipitación no fue triste, Fiera:
ni siquiera la recuerdo.
Pero oí decir que la lluvia ahogó
a todos los funcionarios de correos
y embebió todas las cartas
de aquellos que tienen un amor lejano.
Después llegó el viento cholulteca
y levantó los techos de lámina,
quebró algunas bicicletas
y tambaleó las buenas intenciones
de unos cuantos peatones distraídos.
La biblioteca fue saqueada
(¿quién querría robar libros?):
se llevaron los manuales de navegación,
las bitácoras, las pasiones, la última entrevista
y todo lo escrito en lenguaje austero,
único modo de convocarte.
Donde vivo no hay mar
(¿para qué querrían los manuales?)
pero tengo el mismo sabor salino en los labios
y la cadencia del oleaje en la punta de la lengua.
Porque yo no corto flores
pero sí me lo pregunto, a veces
(aunque conozco desde hace mucho la respuesta,
y es mucho más complicada que un monosílabo).
¿Sabes de otro pueblo, Fiera, en el que
la hecatombe no sea triste?
(olvidaba que tú no conoces este pueblo).
Todos estaban lisiados, cojos
y los perros vagaban más solos que de costumbre.
Aquí no hay verde.
Sólo terracota. Y barro
y figuras de polvo y el frío de las mañanas.
Aquí estoy. En donde no posees ningún antepasado
y yo no tendré mi descendencia. Aquí estoy.
Entre el naranja del cielo que hiere a una nube y el suelo,
aquí estoy.
Vi a dos de ellos pasar, Fiera, de tarde y despacio.
Les pregunté si era cierto lo de la lluvia.
Me llamaron sobreviviente. Cerré los ojos y perfilé
la desconocida orilla de tu cuerpo, tus dedos largos,
la delgadez de tus muñecas. Sobreviviente.
No estamos tristes.
Me sacudo lo no dicho,
las promesas olvidadas,
sin precaución alguna dejo caer
los recuerdos inventados,
la horrenda gramática,
los meses apilados en incómoda espera
y de la boca, escarlata, escupo un nuevo corazón.
Ya no te amo.
Pero ¿vos querés un caramelo?
Me compro una botella
noviembre 20, 2007
- Entonces ¿por qué vas a dejarme?
- Porque no quiero querer, quiero amar.
noviembre 17, 2007
Carlos MonsiváisPeriodismo y escritura: ¿qué es "escribir
bien"?
noviembre 13, 2007
noviembre 08, 2007
"... y que nos hace falta porque nos niega"
Elena en Las dos Elenas, de Carlos Fuentes.
Esta obsesión mexicana por intentar hasta el agotamiento reafirmarse ante Estados Unidos no hace más que desgatar el natural ímpetu del mexicano, su esencia, su casi descolorido carácter heredado del español violento y del indio que resistió. De los tiranos, los revolucionarios y todos los que llegaron después.
Reafirmarse aludiendo al pasado y quejándose del presente, gritando "soy mexicano" ante un presentador de noticias que en lengua anglosajona nos desprecia. Queriéndole demostrar que existimos sin en realidad nosotros creerlo. O siendo buenos anfitriones, carismáticos y divertidos, tequileros, machines, zalameros, lame huevos, lame güeros.
Los pueblos que confían en sí mismos son aquellos que no basan su valía en la opinión de los otros: buscan mostrar, no demostrar. Mostrarse a sí mismos por ellos mismos. Y los demás que miren, si quieren. Son los pueblos que sobreviven.