junio 10, 2007

[Pocas cosas -pienso- son tan puñeteramente dolorosas
como la indiferencia que uno no (cor)responde.
Y no hay mayor distancia que el tiempo,
único trayecto en el que la velocidad no importa.
Los segundos a vuelta de rueda del olvido].


Cuenta me voy dando -a borrones, a tachaduras, a manchas de tinta en las manos- de que las palabras no sostienen promesas, de que son frágiles e infructuosas en algunos casos. En casos como éste, cuando ya no pueden suplir caricias, ni miradas, ni provocaciones; cuando ya no son el sonido de lluvia golpeando la ventana, cómplice del placer de dos cuerpos que de tan vivos, tan inmóviles.
Y las palabras sin oídos, cuando los ojos se han cansado de leerlas, son como un desierto que se deconstruye a sí mismo en idénticos granos de arena, para luego reinventarse de la misma forma en un vicio infinito:

Cielo azul,
no hay brisa marina ni costa opuesta,
pálido horizonte de risa siniestra
y ni una gota de sudor resbala por tu frente .
Niña seca, de algodón no son tus sueños,
de arena tejes personajes rotos.
Niña de tierra, pequeña, un desierto es como el otro:
el vago recuerdo de un mar sin rostro.

1 Comments:

Blogger Ictericia said...

Horrible cuando te das cuenta que las palabras no son firmes, que ni siquiera tuvieron cuerpo.

5:25 p.m.  

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