Pulsión

Una vez me dijo que era como comer periódico.
Yo estuve de acuerdo, pero ahora creo que más bien
es como estar en una habitación pequeña sin la posibilidad de salir,
incluso si la puerta está abierta.
O como mirar las cosas tras una vitrina.
Lo único que sé es que la pastilla amarilla ya no está funcionando,
y más que nunca deseo que seis horas de sueño sean eternas.

Sí, eternas.

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Pulsión

Convertir en poesía

la madera de este escritorio,

el delineador corrido o la revista de Sanborns

que me cobraron 5 pesos menos de lo que costaba.

Es inútil.

¿Quién es esa extraña que tomó mi pelo

y mis manos de uñas mordidas

y mis ojos casi negros?

Esa extraña a la que me he acostumbrado

y a la que he acostumbrado a responder por mi nombre.

Esa extraña sin azúcar,

con miedos,

triste,

de mirada baja,

onanística,

que ya no sabe reír sin que le duelan las mejillas,

sin que se descubra una sonrisa de dientes blancos

no siempre verdadera.

Esa mujer que sólo recuerda discursos inventados

y que la ven, la miran,

y les devuelve la mirada con expresión

adusta, indiferente aunque sonría.

Necia, que sólo miraba el suelo de París

y luego intentaba mirar al cielo con ojos cerrados.

¿Quién es esta mujer que grita sin voz,

que llora palabras inconexas,

que quiere volver a la tierra

y rinde culto ciego al útero

del que fue expulsada?

Cálido paraíso veraniego

lo más parecido a unas sábanas tibias

pegadas a un cuerpo inerte que respira,

al que pare una melodía punzante cada mañana;

y se levanta y escoge las prendas,

se pasa el rastrillo por las piernas,

por las axilas, por las ingles

y se lava los dientes y se mira en el espejo

y olvida preguntar ¿quién eres?

o sólo cambia la pregunta por una más hiriente:

¿quién

eras

tú?