diciembre 15, 2006

Minificciones inconclusas

- Destrúyeme.
No estaba pidiéndole que me aniquilase. Él sabía lo que yo quería decirle.
- Deslíeme
En tus besos. Disolverme, atenuarme en un poema de lágrimas, diluirme en un cuento de saliva.
Las estrellas aún se veían desde su ventana; el espacio desusadamente familiar: el orden habitual, la bandera del país vasco, el guacal de ropa sucia, el sistema planetario, el olor a madera y una rosa de cera que alguna vez le regalé; era como volver del exilio voluntario a una patria lejana, reprochable, imperfecta y sin embargo sacra, que se antojaba inolvidable; la azul y tibia intimidad -sacrificada con todos sus deleites por la promesa del bien particular- se condensaba nuevamente, uniéndose a la cálida complicidad del ambiente, nuestra respiración. Las estrellas seguían en su sitio.

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Soy la suma con punto decimal de todos mis amantes. Y hago la aclaración del punto porque no soy un facsímile de sus personalidades, amalgamadas en este cuerpo afilado: sencillamente me limité a incorporar pequeñas fracciones de sus individualidades para luego acomodarlas a mi antojo, con distintos grados de profundidad, de tal manera que pudiesen mirarse como genuinas a través de mis clisos oscuros, enmarcados por unas, muy acordes, negras y pobladas cejas. Esa maestría para mixturar merece también su punto y algo de crédito: de ninguna forma me permitiría ser un número entero.
Un gusto superficial por la trova -intensificado cada veintiocho días, cuando el ciclo escarlata lo permite-; la afición por fotografiar anocheceres morados protagonizados por árboles oscuros -lo que en realidad disfruto es mirar mis cortos dedos mientras sostienen la cámara y hacen ‘clic’-; la ingesta de un par de kalimochos en las noches solitarias viendo películas pseudo artísticas -admirar mis tines de colores/me gustan mis tobillos-; una pizca de canela en el licuado matutino; rezar con los dedos entrecruzados; todos los datos inútiles que poseo sobre la revolución mexicana; opinar que los trabajos nobles son para los jodidos; reafirmación del gustillo por succionar ligeramente el labio inferior del otro al besar; caminar con la espalda bien recta para ocultar la panza; sarcasmo como mecanismo de defensa; orden habitacional como antidepresivo. Fue lo primero.